Durante décadas, el mundo ha funcionado bajo una lógica más o menos clara: cuanto más comercio y conexión entre países, mejor. Esta fórmula impulsó el crecimiento económico, redujo precios y sacó a millones de personas de la pobreza. Pero ahora, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), estamos entrando en una nueva etapa. Y no parece tan prometedora.
El cambio viene marcado por el aumento del proteccionismo: aranceles más altos, más restricciones. Estados Unidos, con el regreso de Trump, ha liderado este giro con una batería de nuevas barreras comerciales que ya superan los niveles de la Gran Depresión. China y otros países han respondido, y el resultado es una economía global mucho más tensa, impredecible y cerrada.
¿Y qué significa esto para el día a día? Básicamente, que todo puede volverse más caro. Las empresas que dependen de piezas o productos del extranjero podrían tener problemas para producir. Habrá menos inversión, menos innovación, menos competencia. Y eso se traduce en menos crecimiento y más incertidumbre.
Además, los grandes flujos de comercio ya no son lo que eran. Muchos productos cruzaban fronteras varias veces antes de llegar al consumidor final. Hoy, ese sistema está en riesgo. Y si se rompe, las consecuencias pueden sentirse en todo el mundo.
El FMI ha recortado sus previsiones de crecimiento para este año, especialmente en economías como Estados Unidos, China o la eurozona. Y aunque todavía no se habla de recesión, sí se habla de una ralentización clara.